lunes, 31 de agosto de 2009

Transandalus. Epílogo.

Este viaje no empezó esa mañana de abril cuando me despedí de mis amigos en Sevilla camino de Sanlúcar. No empezó cuando agobiado por un mal trago con el trabajo me decidió definitivamente a hacerlo. No empezó cuando descubrí la pagina web y empecé a preparar un sueño irrealizable. Ni siquiera nació cuando, hace como 10 años hice mi primer camino de Santiago sin ninguna experiencia.
Nace todos los días de las ganas de vivir, de conocer lugares, de sentir instantes irrepetibles, de querer hacerlo por mis propios medios y esfuerzo y de querer hacerlo montado en bici.
Cuando surge la oportunidad no conviene dejarla pasar. Poder recorrer 2.000 kilómetros por los caminos de Andalucía, con la información y el apoyo de gente que lo ha disfrutado, conocer paisajes y gentes, y poder vivir, por qué no, una aventura, no ocurre todos los días. Sólo hay que tomar la decisión, porque las sensaciones que experimentes ya nadie te las podrá quitar.

¿Quién soy? Me llamo Javier. Me gusta recorrer caminos montado en mi bici. Siempre con la menor carretera posible aunque haya que empujar. Con el menor peso posible pero sin dejar a un lado la comodidad. No quiero que mis viajes sólo sea un recorrido en bicicleta. Vivo la preparación del viaje con la emoción del viaje mismo, y antes de terminar ya estoy pensando en el siguiente. Suelo viajar sólo. Mi próximo proyecto, cruzar los Alpes. Mi sueño, recorrer la Ruta de la Seda. No sé más que decir.
Si queréis conocer algo más, algo habrá quedado de mí en la crónica del viaje. Es la primera vez, algo tendrá la Transandalus que ha conseguido empujarme a escribirla.

¿Qué es la Transandalus? La Transandalus es Andalucía misma.
Llena de contrastes. Senderos empinados y descensos de vértigo. Montañas nevadas de tres mil metros y playas solitarias. Alcornocales oscuros y espartales resecos. Bosques espesos y paramos sin una sola sombra. Barrancos profundos y paisajes llanos como platos. Vergeles y desiertos. Tortillitas de camarones y secreto de cerdo ibérico.
Naturaleza en estado puro, donde un ciervo huye entre los encinares y un muflón te observa curioso desde la lejanía, donde alcornoques abrazan tu paso por una estrecha vereda, donde el murmullo de una cascada es el único sonido, donde encinares adehesados alimentan piaras de cerdo pata negra.
Historia viva, cuando se pisan calzadas romanas, cuando castillos almohades vigilan tu paso, cuando se recorren cañadas, cordeles y veredas, cuando se cruza un puente medieval, cuando en su soportal una pequeña ermita nos refugia.
Gente, que te indica la salida del laberinto de calles estrechas, que te mira extrañada al verte pasa como si fueras un extraterrestre, que te ofrece un “serranito” cuando llegas desfallecido, que se pone a conversar sin prisa.
Y muchas cosas más. Un lugar donde perderse.

La conjunción de ambas han sido 36 días y 2.500kilómetros plenos de vida. Pero no esa vida que se malgasta diariamente sino la que todos esperamos que fuera.
Ya de vuelta queda un buen sabor de boca y el deseo de regresar para volver a vivirlo con igual intensidad. Y agradecer todo el trabajo y cariño que ha puesto un montón de gente para que haya sido posible.

Pero el viaje tampoco termina aquí y ahora. Quedan muchos kilómetros de naturaleza por recorrer. Espero que en alguno de ellos nos encontremos.

2 comentarios:

  1. Muy buenas todas tus crónicas!! Y además tienes razón: la Transandalus te transforma, a mí también me pasó.

    ResponderEliminar
  2. No se puede expresar con mejores palabras.... es leerlo y ponérsete los pelos de punta. Muy grande.

    ResponderEliminar